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El Verdadero Rival de Pelusa Molina

La historia de unos de los boxeadores más importantes en el Boxeo amateur en la ciudad de Antofagasta.

En la mañana anterior a la gran pelea, Dagoberto Molina, más conocido como Pelusa, se despertó entusiasmado y lúcido como pocas veces. Luego de varios contrincantes difíciles, Pelusa había llegado a la final nacional de boxeo amateur. Pero el rival más complicado para Pelusa era él mismo. Nunca se cuidaba antes de las peleas, se acostaba a la madrugada luego de litros y litros de alcohol que lo dejaban en condiciones paupérrimas.


El mismo día de la semifinal, Pelusa no había dormido por tres noches seguidas. Ante las quejas de su entrenador, Pelusa decía que su manera de concentrarse era distraerse con cerveza y licores varios en bares del centro de la capital nortina. De otro modo se quedaría en su cama, con los ojos bien abiertos y la mente estancada en preocupaciones.

Eran los años ‘50 en Antofagasta, cuando el boxeo amateur tenía un prestigio que nunca volvería a recobrar. En ese entonces, Pelusa Molina era un ídolo del barrio. Su estilo desfachatado y su fama de bebedor lo habían convertido en un personaje que traspasaba el cuadrilátero.


Por otro lado, lo cierto es que a Pelusa nunca le había interesado el boxeo. Empezó a practicarlo de joven porque de esa manera, pensó, conseguiría dinero para sobrevivir. Además era corpulento y veloz, y siempre había salido victorioso en numerosas peleas en bares de mala muerte.


Las jornadas de entrenamiento le resultaban insoportables, pero también lo ayudaban a conciliar el sueño durante algunas noches. El resto de los días, cuando ni siquiera el cansancio lo sedaba, bebía hasta caer agotado en su cama o en alguna calle perdida de Antofagasta. Pese a su falta de entusiasmo y a su comportamiento errático, Pelusa tenía un innegable talento para el boxeo. Su cross de izquierda era fulminante y le había dado tres knockouts en las últimas cinco peleas antes de la final. Con treinta años, Pelusa sabía que podía ganar el torneo y que quizás era su última oportunidad de conseguir algo importante. Así que ese viernes, el día anterior a la gran final, se despertó sobrio como una monja. En su mente sólo estaba la pelea con Gerardo Palomino, apodado El Emperador.


Los planes de Pelusa eran sencillos: comer bien, ir a entrenar, quizás pasar por una pelicula en el cine nacional en calle sucre, y volver a dormir. Eso era todo. Y empezó bien: al mediodía, luego de un buen descanso, preparó una ensalada y la comió con moderación; fue al baño, se cambió y partió rumbo al entrenamiento. En el camino, sin embargo, ocurrió lo que tanto temía: un conocido lo invitó a tomar unos tragos. Pelusa se negó diciendo que eran apenas las dos de la tarde, pero lo cierto es que el horario nunca lo había detenido. El conocido insistió, pero no había manera de convencer a un determinado Pelusa.


Sin embargo, cuando estaba por llegar al gimnasio se encontró con uno de sus amigos, o mejor dicho su único amigo, Luis Aguirre, tan o más bebedor que el propio Pelusa. “¿En que andas, pelusa?”, dijo Luis, “¿por qué vas tan temprano al gimnasio?”. Pelusa le respondió lo obvio: el sábado era la gran final. “¿El sábado?”, dijo Luis, “¿no te has enterado? ¡La pelea se postergó para el domingo! ¡Vamos a beber, compadre!”.

Fue uno de esos momentos que definen la personalidad de una persona. Pelusa podría haber ingresado al gimnasio, sin hacer caso a su amigo; o podría haber consultado a su entrenador... Pero no, Pelusa confió en su amigo y, en especial, se rindió frente a la bebida y al descontrol.


Fue una jornada larga, que empezó a la tarde y terminó a la madrugada. Bebidas, mujeres, bailes, riñas, mesas rotas, vómitos, y más bebidas que dejaron a Pelusa inconsciente. Se despertó al día siguiente, sin saber cómo, en su cama. Eran las cuatro de la tarde.

La cabeza de Pelusa latía como un corazón con taquicardia. Además, no sentía el cuerpo y apenas podía abrir los ojos, por lo que decidió volver a dormir. Pero a los pocos minutos lo despertaron golpes violentos en su puerta. Se levantó con dificultad y espió por la mirilla: era su entrenador.

Luego de dejarlo pasar, el entrenador lo reprendió por su calamitoso estado. “¡Maldito Pelusa!”, le dijo, “¿te has emborrachado?”. Pelusa intentó tranquilizarlo, él había ganado peleas en peor estado y la pelea recién sería el domingo. “¿El domingo?”, dijo el entrenador, al borde del colapso, “¡la pelea es en dos horas!”.


Pelusa había sido otra vez dominado por la bebida, y lo peor: embaucado por su único amigo. El entrenador lo arrastró hasta el ring, pero a Pelusa no le respondieron los brazos y cayó por knockout en el primer round.


Amaneció de nuevo en su cama, como si la pelea nunca hubiese ocurrido. Pero cuando despertó y fue al baño observó con tristeza que no había sido una pesadilla, los inobjetables golpes del Emperador Palomino eran reales, así como el dolor de no haber sido el campeón nacional de boxeo amateur de Antofagasta.


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