San Carlos de Apoquindo

Días pasados recibí en la casilla de correo de mi perfil de Instagram el mensaje de un seguidor argentino que me contaba su viaje a Chile en 2019 para ver un partido de Copa Libertadores: había ido a Santiago para alentar a Talleres de Córdoba contra Palestino por la fase tres, esa instancia previa a la fase de grupos, en la cancha de la Universidad Católica.
El relato del viaje era vívido: este hincha cordobés contaba su aventura y lo que contaba coincidía bastante con lo que nos imaginamos de Chile los que no vivimos en Chile: “Fue alucinante llegar al estadio. La cancha de la U Católica (Palestino hacía de local ahí porque su estadio, La Cisterna, no estaba habilitado por Conmebol) se encuentra en el cheto paraje de Las Condes. Sin exagerar, el Hollywood chileno. Buscábamos algún que otro kiosco en las inmediaciones del estadio para comprar cervezas y nos dimos con que los ´markets´ chilenos no venden alcohol. Todo muy ´yankee´. Ahí mismo en ese barrio (sin mentir los vecinos del lugar manejaban el inglés con la misma soltura que su castellano), fuimos cuatro mil cordobeses que plantamos bandera (literal) en tierras cordilleranas”.
Sin embargo lo que empezó a llamarme la atención, más que las distintas escenas del periplo, fue la frecuencia con la que aparecían estas palabras: San Carlos de Apoquindo.
Como todo futbolero americano, sé que en San Carlos de Apoquindo hay un estadio. Quizá no estoy seguro de a qué equipo pertenece, pero sé que hay un estadio ahí porque lo he leído en periódicos y lo he escuchado en transmisiones televisivas y lo recuerdo. Y creo que si lo recuerdo es por la magia del nombre, por el hechizo de esas palabras que, juntas, son imposibles de olvidar: San Carlos de Apoquindo.
Hasta el momento en que recibí el mensaje del hincha de Talleres yo podía pensar que sólo a mí me gustaba ese nombre. Pero desde aquel día sé que somos varios o muchos, al menos varios o muchos argentinos, los que sentimos, al pronunciarlo o escribirlo, el sabor de lo trasandino.
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El nombre empezó a tomar forma con la llegada de los incas al Chile central. Las cronologías son inciertas, pero se calcula que esto pasó alrededor de 1470. Los incas llegaron y trajeron con ellos a sus deidades y sus palabras, y, como en el resto de su imperio, empezaron a llamar “apus” a los cerros tutelares que regaban los valles donde conseguían alimento.
Después, cuando quisieron seguir avanzando hacia el sur de Chile, se encontraron con la tenaz resistencia araucana en la Batalla del Maule. Y así los incas, cuyo imperio abarcaba treinta y cinco grados de latitud (cuatro países actuales), encontraron al fin el límite meridional de su imperio.
Sin poder avanzar hacia el sur, los incas se quedaron en la zona que sí habían podido conquistar. Se lee en los Comentarios reales del Inca Garcilaso: “los Incas resolvieron en volverse a lo que tenían ganado y señalar el río Maulli por término de su Imperio y no pasar adelante en su conquista… El Inca les envió a mandar que no conquistasen más nuevas tierras, sino que atendiesen con mucho cuidado en cultivar y beneficiar las que habían ganado”.
Así fue que los incas se quedaron cultivando y beneficiando las inmediaciones no del Maule, que les fuera negado, pero sí del Mapocho.
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El nombre que tanto nos gustó al cordobés y a mí se completó con la llegada de los españoles. También ellos llegaron al Chile central con sus deidades y sus palabras. Abolieron la casta de los Hijos del Sol y empezaron a esparcir la leyenda del Crucificado con sus muchos santos adyacentes.
Igual que los incas, los españoles se encontraron con la resistencia mapuche. Se lee en La Araucana, el poema rimado que se publicó en 1569 y que cuenta la historia de Chile hasta ese momento: “No ha habido rey jamás que sujetase / esta soberbia gente libertada /ni extranjera nación que se jactase / de haber dado en sus términos pisada”. Así las cosas, se quedaron en la parte central de Chile, en las inmediaciones del Mapocho, como habían hecho también los incas.
Y fue la superposición de esas dos culturas la que nos dejó ese nombre, musical como pocos, en el que resuena, entre santos y cerros tutelares, el drama del continente: San Carlos por un lado, y por otro Apoquindo, que es palabra quechua: Apu kintu. Apu es la divinidad y kintu significa “ramillete de ofrenda”.
De America: el continente en la Copa Libertadores, disponible en: Ultras.cl
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